Por un mundo sin el vaso de tubo

Hay productos que representan una época, recuerdos de un tiempo pasado que muchos de nosotros recordamos con añoranza: el VHS, el Walkman, el chándal Tactel o las chapas Acid (con origen en las fiestas Acid) son algunos grandes ejemplos.

Entre toda esta parafernalia de objetos hay uno que sin duda ha jugado un papel importante en nuestras primeras incursiones fiesteras: el vaso de tubo. Su línea y apariencia le daba al portador un toque especial, un aura mezcla de glamour y elegancia (aunque luego fuera como una cuba). Ningún otro recipiente ha sido tan popular en los bares de nuestro país.

Por alguna razón aún desconocida, este producto retro aún se sigue colando en las barras de los bares, en cafeterías y en ventas de carretera. Pero ahora genera sensaciones distintas: unos ya piden directamente al camarero un vaso distinto; los que no se anticipan, cuando le ponen este vaso delante piden directamente que se lo cambien. Es un recipiente que no gusta.

En un intento que poco ayudará a mejorar nuestra sociedad, he decidido analizar por qué razón el vaso de tubo genera semejante rechazo popular y me he dado cuenta de que es más que probable que sea por una cuestión práctica y no estética o emocional. Y es que sólo acumula problemas desde este punto de vista:

  • Es un formato poco útil para la idea inicial: mezclar la bebida alcohólica, el hielo y el refresco. Cualquiera que beba una copa en un vaso de este tipo tendrá que soportar los primeros tragos con una mezcla completamente descompensada. Que levante la mano quien no haya puesto la mano en el borde superior y le ha dado la vuelta entera al copazo para que se mezclara todo como es debido.
  • Cuando no está bien limpio, desprende olores (y casi nunca decentes). Al beber, nuestra nariz está prácticamente pegada al borde superior.
  • Si la bebida que tomas tiene hielo y la mezcla está llegando a su fin, es muy probable que te salten a la cara algunas gotas del jarabe que estés tomando, fruto del “salto” acrobático de los hielos cuando descienden de la boca a la posición inicial.
  • Aparte de estos detalles, que hacen que la experiencia sea poco agradable, existe otra: que se ha convertido en un recipiente universal. Lo mismo sirve para una copa, que para una cerveza o un tintito de verano.
  • Si a esto le añadimos esos toques blanquecinos, fruto del desgaste provocado por sus incursiones en el lavavajillas, hacen que la experiencia de tomarte algo sea menos gratificante de lo que uno tiene en mente cuando anda con ganas de tomarse algo. Cuando te ponen este vaso delante la sensación suele ser que se has sentado en el sitio equivocado.

Desconozco los orígenes semejante artilugio, pero no consigo explicarme como aún sigue conviviendo entre nosotros, como riéndose de nuestra sociedad y demostrando, una vez más, que las cosas aquí funcionan de otra manera y que algo que no sea práctico también puede triunfar, y con mucho éxito además.

Otras voces que intentan aportar algo más a todo este misterio:
El vaso de tubo le ha hecho mucho daño a este país.

Actualización: Iván incluye una nueva razón: introducir los hielos en el vaso es todo un arte. Y otra más de la casa: imposible apilarlos en vertical para que puedan ocupar menos espacio…