Aún recuerdo perfectamente las conversaciones que mantenía con mi padre cada vez hablábamos de relojes. En mi época adolescente un reloj digital Casio F “lo que sea” causaba furor, con esos diseños futuristas que ahora son objeto de colección. Mi padre defendía el reloj analógico. Y yo no era capaz de entender las razones:
“Hijo, en un reloj digital tienes que leer la hora. En uno analógico simplemente identificas la posición de las manillas”.
Recuerdo que también me hablaba del contexto de uso:
“Si vas con prisas, en menos de un segundo consigues saber la hora en uno analógico. Con uno digital probablemente tengas que pararte para leerla”.
Simplemente no me entraba en la cabeza cómo un “viejo” reloj de manecillas podría tener algún tipo de ventaja sobre algo nuevo y moderno, sobre los Casios que andaban en las muñecas de todo el mundo en ese momento. Ahora, con el paso del tiempo, lo veo clarísimo: el triunfo de la forma frente a los caracteres numéricos.
Más razón que un santo.
Tu padre parece haber entrado en esa etapa en que los hijos, al crecer, se dan cuenta de que alguna vez tenía razón. Es una constante en el ciclo evolutivo. Hubo un momento en que viviamos obsesionados por la exactitud del tiempo. No sólo atrapábamos los minutos, sino también los segundos y hasta las décimas. Algunos horarios se establecían en fracciones que sin un reloj digital resultaban sorprendentes.
Leí o escuché hace tiempo este aforismo acerca de las relaciones padres-hijos:A los 7 años: Mi papá es un sabio y siempre tiene razón.
A los 12 años: Me parece que mi padre se equivoca en algunas cosas y alguna vez tiene razón.
A los 18 años: Mi padre no es de esta época y no comprende los problemas de hoy. Pocas veces tiene razón
A los 21 años: Mi padre está fuera de la realidad. Nunca tiene razón.
A los 30 años: No se si ir a consultar este asunto con mi padre. Tal vez el podría aconsejarme. Alguna vez tiene razón.
A los 45 años: Acertó mi padre cuando me advirtió de este problema. Casi siempre tiene razón.
A los 60 años. Cuanta razón tenía mi padre. Qué lastima que no esté aquí para aconsejarme.
Pasa igual con las tipografías: al final, lo original es volver al origen, al serif o, en su defecto, al sans-serif con ductus humanista…
@Pionono… Al borde de las lágrimas con tu comentario. Tengo 40 años, soy padre y es una verdad incontestable (la lástima está en el propio aforismo… hasta que no llegas a esta edad no te das cuenta)