Camarero, una de aplicación sin notificaciones, por favor

Últimamente ando dándole vueltas a las notificaciones que uno recibe en cualquier dispositivo (móvil, iPad, portátil…) y las interrupciones que esta simple funcionalidad genera en el día a día de las personas. Aunque no lo parezca, un detalle tan sutil – necesario e inútil a partes iguales – afecta a nuestra forma de trabajar y creo que nadie se ha preocupado aún por encontrar un equilibro correcto en su forma y frecuencia.

No me equivoco si digo que esta funcionalidad nació en el mundo digital a raíz de los avisos que recibíamos cuando en nuestro gestor de correo electrónico de turno saltaba un nuevo email, o cuando recibías un SMS en los primeros móviles que circulaban por nuestros bolsillos, quizá lo más parecido anteriormente podría ser la invasión de la intimidad que provocaba una llamada a nuestro teléfono fijo. Para mi ese fue el principio, o el final, según se mire.

Llamadme perro viejo, pero cada vez que me suscribo a un nuevo servicio web o me instalo una app lo primero que hago es desactivar las notificaciones y no permitir la geolocalización (porque sé que de alguna manera salpicará y me enviarán notificaciones). Para mi las notificaciones son un invento estupendo para enganchar, pero una funcionalidad del diablo una vez que utilizas la herramienta de forma regular: lo único que genera son microinterrupciones en tu día a día, aparte de las que ya tienes por otro lado. ¿Será que hay comportamientos diferentes en función de la experiencia de uso? Yo creo que sí y de alguna manera manera este podría ser el “ciclo vital” de una notificación:

El novato
Recibe notificación ->
Consulta la notificación casi inmediatamente ->
Genera expectativas positivas (WIN)

El experto
Recibe notificación ->
No consulta la notificación hasta que se le acumulan unas cuantas ->
Genera estress (negativo) ->
Cancela notificaciones (FAIL)

Cuando estás usando una app o una herramienta digital desde hace poco tiempo y recibes notificaciones nuevas, tus prioridades cambian de repente, lo que estabas haciendo deja de ser importante y tu nueva prioridad se centra en encontrar la opción para dejar de ver esa notificación en forma de globo con un número, indicándote la deuda pendiente que tienes con esa app o herramienta. De alguna manera sientes intriga por lo que se oculta tras ese nuevo aviso, ya que es algo fresco, nuevo. Genial para los que empiezan, pero ya está.

El resto usuarios ¿de verdad necesita más de esto en su vida? La lucha contra estos “globos” es la antigua lucha contra la negrita que teníamos cuando sólo usábamos el email y nuestro objetivo era dejar la bandeja de entrada a 0.

Creo que las notificaciones deberían adaptarse de forma natural y orgánica a la experiencia que va adquiriendo quien la utiliza. El usuario inicial no siente necesidad por el servicio que ofreces y esas notificaciones precisamente lo que consiguen es que recuerden el servicio. Cuando uno tiene interiorizado el servicio y éste forma parte de su día a día, las intrusiones del dispositivos no son tan necesarias, el usuario te visita tenga o no tenga notificaciones porque ya has creado una necesidad (y es para aplaudirte si lo has conseguido, obviamente), pero probablemente no necesites ser tan insistente. La clave reside en saber cuándo y cómo realizar ese cambio.

Quizás un enfoque más adecuado sea establecer una determinada cantidad de notificaciones, y saber a ciencia cierta de que esas notificaciones han sido consultadas. A partir de ese límite la frecuencia debería disminuir e ir adaptándose a la experiencia del usuario. Pero hasta que eso ocurra, yo de momento voy por la vida sin recibir notificaciones, todo lo que se puede desactivar está en off, y os aseguro que desde entonces mi detergente me lava blanquísimo.